Temo que las reses del páramo demente revienten en bronca y sus pezuñas en estampida esfumen el lienzo de nuestras sienes. La pradera no está tranquila ni está feliz. Conspira contra nosotros. Madera que ardes dócilmente, ¿dónde te escondes? Debemos reabastecer la cabaña, sí. Pero antes, ¡amansemos al bovino! Su mirada triste y resentida atraviesa la senda de piedra que lleva al corral y da de lleno en nuestros rostros, volteándolos hacia la hierba de óleo verde. ¡Dulcifiquemos sus ojos, arriemos su corazón!
Las ramas y los leños se escabullen entre la hojarasca. Si no son suficientes, arrancaremos las raíces de los árboles. Un fuego enorme y temeroso debemos encender, un fuego que nos defienda del enjambre estremecido. Contemplaremos, quizás, el temporal desde el vidrio. ¡No perdamos más tiempo! Que los animales nos perdonen, y, si sobreviven, que nos enseñen a rumiar la arrogancia que nos deleita, el forraje que no satisface.
Las antiguas deidades duermen en sus cunas, las nubes del fin del mundo, y sus ronquidos, los truenos paganos, agitan las fibras de nuestra entereza. ¡Démonos prisa! ¡El combustible son los cuerpos! Resguardémonos en la cabaña. Observemos al espectador desde la ventana. ¡Mostrémosle nuestros semblantes de desesperación y eternicémonos con un lamento en el paño del artista!
1 comentario:
Hermoso queda poco... Para vos, lo mismo
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